sabato 26 dicembre 2015

Nostalgia canalla.

La fábula del Imperial y sus días de gloria libraria.





 
 
Una ciudad no es una ciudad sin una librería. Puede llamarse a sí misma
 
ciudad, pero a menos que tenga una librería no engaña a un alma.
 
Neil Gaiman.
 
 
 
 
Será que volver a casa por Navidad nos hace ponernos más sentimentales de la cuenta. El caso es que al volver a pasear por la calle Sierpes, en plena "milla de oro" sevillana, no pude evitar que se me revolvieran los bajos fondos cuando llegué adonde antaño estuviera situado el Teatro Imperial, hoy boca de un triste agujero negro que promete convertirse de aquí a no mucho en una galería de multiespacios comerciales.





El Imperial era un teatro con pasado de convento, café cantante y cine. Su increíble relación con el mundillo de las candilejas empezó a finales del siglo XIX, cuando se llamaba Café Suizo. Albergó por aquel entonces las primeras proyecciones cinematográficas de la ciudad. Más tarde pasó a llamarse Café Teatro Suizo, Teatro Palacio Edén y finalmente Salón o Teatro Imperial, compaginando la actividad teatral y cinematográfica con la musical de variedades. En su escenario recibió su bautismo artístico Estrellita Castro, y lo mismo tenían cabida Shakespeare que Casablanca, el flamenco y la copla que el rock, el sainete que el teatro experimental.

Cuando echó abajo el telón, allá por el año 2000, llevaba casi veinte años funcionando de manera irregular, sin licencia municipal de apertura, pero con un aforo superior al del gran teatro oficial de la ciudad, el Lope de Vega, y llegando a sumar en sus mejores momentos 70.000 espectadores por temporada. Víctima como teatro de la crisis general del sector, conoció un resurgir en 2004, cuando la cadena sevillana de librerías Beta lo remodeló y lo convirtió en un espacio singular: un paraíso de libros.

 
  
 
 
 
Los propietarios de Beta Imperial (así pasó a denominarse para distinguirla de las otras sucursales presentes en la ciudad) tuvieron, además, el acierto de conservar el verso de Miguel de Cervantes que presidía la entrada al patio de butacas: ¡oh gran Sevilla, Roma triunfante en ánimo y nobleza!.
 
 


Un verso célebre, perteneciente a un soneto con estrambote (es decir, con añadido a la estrofa de estructura fija) que en su día Cervantes dedicó al monumento funerario que se le erigió al rey Felipe II en la ciudad. Respetar esta referencia cervantina casaba perfectamente la intencionalidad irónica y desengañada del autor con el espíritu extravagante de esta sala teatral, y nos recordaba, además, el estrecho vínculo de Cervantes con Sevilla: su vida en la ciudad, su paso por la Cárcel Real (situada solo unas cuantas casas más allá, en la misma calle Sierpes), la génesis de su obra maestra y las innumerables referencias al ambiente sevillano de la época presente en muchas de sus otras obras.
 
 
 
 
Hace un año, sin embargo, que Beta Imperial cerró la sala de Sierpes 27 y se trasladó a un insulso local anejo de la misma calle. ¿Cómo es posible que un espacio como el Imperial no haya sido tutelado por las autoridades sevillanas? Los propietarios del edificio alegan que ha sido precisamente la etiqueta cultural de Suelo de Interés Público la que ha hecho que se fuera al garete la salvaguardia del mismo, haciendo inviable su gestión patrimonial. Y es que, contrariamente a lo que debería ser, la protección oficial de los espacios culturalmente sensibles de la ciudad parece ser un lastre para la inversión privada.
 
Ayudas institucionales para librerías no, pero permisos provisionales para galerías comerciales sí... Qué extraña manera de conciliar intereses públicos y privados... Estrambótico final para un espacio que siempre tuvo algo de irresistiblemente inclasificable, peculiar y evasivo.
 
 
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
 
Miguel de Cervantes.

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