Una reflexión sobre el valor del aprendizaje colaborativo en el aula ELE.
Cuando a Tuone Udaina, el 10 de junio de 1898 le estalló una mina de tierra bajo los pies, con él murió definitivamente su lengua, el dálmata, considerada hoy día por muchos el eslabón romance perdido entre el rumano y el italiano.
Tuone, más conocido como Burbur ("barbero"), era una persona poco instruida que se ganaba la vida cortando el pelo. A la edad de ocho años dejó de ir a la escuela y empezó a sobrevivir como podía. Sus padres eran dos campesinos que hablaban en dálmata vegliota y Tuone aprendió la lengua simplemente escuchándoles conversar. Pero, a diferencia de sus padres, el destino quiso que se quedara solo, convirtiéndose así en el único superviviente de un idioma extraño que nadie usaba.
Para cuando el lingüista italiano Matteo Bartoli descubrió este hecho insólito, Tuone llevaba veinte años sin hablar en dálmata, y sólo el interés del estudioso consiguió sacarlo parcialmente de su aislamiento. Pero para entonces, el barbero ya era una fuente de información limitada: la edad, la memoria, la falta misma del ejercicio idiomático habían hecho mella en él.
Reflexionando sobre la historia de Tuone, me pregunto cuántos estudiantes de idiomas no se habrán sentido alguna vez como él, aislados, imposibilitados para comunicar con nadie, viviendo en una realidad dual: una, la de la lengua dominante, y otra, la de la lengua extraña, inútil y aplastada por las circunstancias. Creo que a Tuone le habría gustado ser no uno, sino, por lo menos, ciento uno. Estoy segura de que le habría gustado interactuar y comunicar con otras personas en la lengua que había aprendido en su infancia.
En la enseñanza reglada, por desgracia, es frecuente enseñar idiomas en un sentido unidireccional, cargando a los alumnos con un enajenante sentido individualista del estudio. Los argumentos de los docentes dibujan siempre la misma situación: no hay tiempo ni espacio ni medios para enseñar de otra manera. El alumno debe asumir la cruz de su progreso. No hay más opción.
Esas viejas razones, afortunadamente, poco a poco van perdiendo peso. Cada vez son más los docentes que se valen de las nuevas tecnologías para superar los límites tradicionales del aula. La posibilidad de acceder a la red de manera masiva en nuestros días, abre ante nosotros un abanico de posibilidades de comunicación y transmisión del conocimiento que nunca antes había sido posible imaginar.
El aprendizaje colaborativo se revela, pues, como la clave que sitúa al alumno en el verdadero centro del aprendizaje auténtico. Los hermanos Johnson, responsables de la célebre teoría de la interdependencia social enunciada en los años sesenta, identifican los cinco componentes esenciales de este tipo de enfoque didáctico:
La interdependencia positiva
La responsabilidad individual
Las habilidades interpersonales
La interacción fomentadora cara a cara
El procesamiento de grupo
Los fundamentos del aprendizaje colaborativo (que podéis ver desplegados en el siguiente mapa mental) apuntan de manera esencial a la educación para la competencia y autonomía del alumno, y al desarrollo de habilidades básicas en el aprendizaje de lenguas extranjeras.
Claro está que no basta con ser multitud para que una lengua empiece a funcionar. El papel del docente debería aquí orientarse a activar estrategias de actuación, organizar y facilitar contenidos. En sus manos está la clave de la motivación de los alumnos y la adecuada posición de la piedra angular de la construcción del aprendizaje significativo.
Os invito a que leáis esta magnífica entrevista a los hermanos Johnson, publicada en octubre de 2014 y recogida en el interesantísimo blog de Lola García-Afrojín, Gigantes de la educación. No tiene desperdicio.
Quién sabe cuántos "Tuones" se habrán quedado por el camino, víctimas de un enfoque miope y limitado de la didáctica de las lenguas extranjeras...
Quién sabe cuánto habría podido disfrutar el barbero dálmata, inmerso en sus rudimentarios afeites, si en lugar de estar condenado a ser uno, hubiera podido ser, cuanto menos, ciento uno... o más.
Decía Plutarco (escritor del s I d.C. y autor, entre otras cosas, de las Vidas Paralelas), que "el cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender". Y yo creo que tenía toda la razón del mundo.
En la enseñanza reglada con demasiada frecuencia damos por descontado que hay que fijar currículos, cumplir programas, dar temarios, hacer exámenes, mandar pilas de deberes para casa... todo ello sometiendo a nuestros alumnos a continuas y extenuantes dinámicas de clase, en las que el esquema se repite hasta el hartazgo: explicación, consolidación (si hay suerte - y queda tiempo y ganas - también ampliación), repaso y examen; paso a la unidad siguiente y vuelta a empezar. Estoy segura de que no es lo que nos gusta hacer a la mayoría de los docentes, pero sé que es la práctica habitual.
Nos quejamos del sistema, y del poco margen que nos deja para plantear dinámicas atractivas y diferentes en clase. Pero, ¿hasta dónde estamos dispuestos a implicarnos para cambiar esa realidad? ¿De verdad no hay alternativas posibles?
Yo este año he vuelto a ejercer de tutora de prácticas docentes, pero, a diferencia de lo que he hecho en anteriores ocasiones, me he decido a montar un proyecto especial para ello. Y estoy tan orgullosa de los resultados que quiero compartirlos en el blog.
He tenido la suerte de trabajar con Rossana Grieco, una profesora en prácticas receptiva, dinámica y con verdadera vocación por la enseñanza del Español como Lengua Extranjera. Cuando le expuse mi idea de construir la biografía digital bilingüe (italiano-español) del personaje que da nombre a nuestro centro, acogió el proyecto con entusiasmo. Todo surgió del hecho de que mirando la página web del centro donde trabajo (IC Aldo Manuzio) me di cuenta de que no había ninguna referencia al personaje titular, y que en realidad era una gran desconocido para la gran mayoría, cuando, en realidad, se trata de un personaje de gran relevancia histórica.
Quizá a vosotros ese nombre tampoco os diga gran cosa, pero Aldo Manuzio fue un importantísimo tipógrafo y humanista italiano; a decir verdad, el primer editor europeo en toda regla, ya que, cuatro décadas después de la invención de la imprenta por Gutenberg, fue el responsable de innovaciones revolucionarias en el mundo de la imprenta (inventó, por ejemplo, los caracteres itálicos, el punto y coma, las ediciones de bolsillo y los catálogos de edición...). Además, fue el primer tipógrafo que también era profesor... y no un profesor cualquiera, sino de príncipes, para algunos de los cuales realizó ediciones bellísimas. Por si os interesa, aquí os dejo el vídeo de la exposición que la BNE ha realizado este año sobre Manuzio.
Y es que durante el 2015 se está celebrando en toda Europa el V centenario de la desaparición de esta figura trascendental. Razón de más para que mi centro, en la medida de sus posibilidades, le rindiera algún tipo de homenaje. Pero sobre todo, razón perfecta para llevar a cabo una experiencia didáctica diferente.
¿Qué tipo de alumnado implicar en un proyecto de estas características? Yo lo tuve clarísimo desde el principio: alumnos con necesidades educativas especiales, y del último año de la escuela secundaria de primer grado. Para quienes no lo sepan, en el sistema escolar italiano cuando se cierra el primer ciclo de la escuela media (14, máximo16 años) los alumnos tienen que hacer una especie de reválida, un Examen de Estado, en el que hay una serie de pruebas escritas y una oral; allí el candidato tiene que demostrar su madurez expositiva ante una comisión interdisciplinar de profesores. La eficacia del sistema de evaluación es, a mi juicio, discutible, ya que es en esa ocasión cuando por primera vez en su vida los alumnos se sienten de alguna manera abiertamente "juzgados" ante una especie de "tribunal" que, en teoría (y según la normativa vigente), lo que debería evaluar son sus competencias. El Examen de Estado es obligatorio, y si un alumno no supera ese examen no puede obtener el título de la escuela media, así que me propuse hacer, como dice el refrán, de necesidad virtud.
Quería que mis alumnos "especiales" construyeran algo significativo para ellos, la biografía digital del personaje titular del instituto para la página web del centro... Quería que se sintieran orgullosos por esta importante contribución, y que pudieran explotarla y aprovecharla como proyecto interdisciplinar para el Examen de Estado.
Quería también que mi profesora en prácticas tuviera la oportunidad de crecer con una experiencia de intervención real en el aula, y que su paso por el centro no se limitara a la observación pasiva de mi propia práctica docente.
Los alumnos que participaron en el proyecto (Álex, Paolo y Antony) presentaban diferentes problemáticas: dislexia, retraso cognitivo, déficits de atención, conflictos opositivos, situación socio-económica desfavorecida... Pero conseguimos involucrarles en el proyecto. Realizamos toda una serie planificada de actividades para guiarles en la construcción de la biografía. Pero de todas ellas, sin duda, la más reveladora fue la de la "caja de las letras".
Mi compañera Paola, profesora de italiano, me proporcionó estos maravillosos caracteres de imprenta manual. Simulé un cajón de imprenta disponiendo las letras en orden absolutamente casual, y me di cuenta de que es precisamente así como los alumnos se sienten ante el sistema escolar establecido cuando no se les tutela. A esa inadecuación sólo se puede responder con una didáctica inclusiva e individualizada.
De este caos aparente, hice que los alumnos extrajeran las letras necesarias para componer el lema con el que Aldo Manuzio encabezaba todas sus ediciones: FESTINA LENTE, que quiere decir apresúrate despacio. El mensaje sólo era legible reflejado en el espejo, y eso les ayudó a interiorizarlo.
No salían de su asombro. Les propuse que a partir de entonces fuera ese su lema de trabajo.
El resto del proceso de la construcción de esta biografía lo he compartido con los asistentes a los Talleres de Verano del Instituto Cervantes de Roma, donde he presentado esta experiencia didáctica. Si os interesa ver toda la presentación, podéis pinchar aquí.
Volviendo a mirar el trabajo realizado, me doy cuenta de que mis alumnos, mi profesora en prácticas y yo hemos superado muchas barreras y hemos hecho posible otro modo de aprender, y de disfrutar del aprendizaje. Y lo mejor es que todos hemos aprendido de todos.
Para concluir, os dejo dos enlaces: el primero, el de nuestra biografía digital de Aldo Manuzio, que en unas semanas estará a disposición del público general a través de la página web del instituto (biografía Aldo Manuzio). La hemos hecho utilizando learnist.
El segundo, el de un fragmento de una película india que se titula "Estrellas del cielo en la tierra", que cuenta la historia de un niño que sufre dislexia sin saberlo.
¿Cuánto español he conseguido que aprendan mis tres alumnos con este proyecto? No mucho más de lo que ya sabían, la verdad. Pero el objetivo final no era que aprendieran unas cuantas frases de memoria. Como profesora de ELE, me importaba más que mis alumnos, obtuvieran su título de escuela media, sí, pero conservando las ganas de aprender. No quiero que se conviertan en animales de mercado, sino que mantengan viva la sensibilidad hacia otras culturas y formas de transmisión del conocimiento. Eso sí que creo haberlo conseguido. Y me congratulo por ello.
Se estima que un 10% del total de la población escolar sufre algún tipo de trastorno en el aprendizaje. Los datos son estimaciones porque la mayor parte de ellos no posee algún tipo de diagnóstico.
Me gustan los fogones. Y no es porque al cabo del día tenga mucho tiempo para dedicarme a cocinar, pero reconozco que si hoy se me da bien (a pesar de llevar un ritmo de vida frenético), es gracias a mi madre y, sobre todo, a mi abuela, que era con la que de niña me pasaba las tardes enteras preparando esto y lo otro.
Pocas cosas pueden unir más a un grupo de personas que un plato de comida. Comer es un acto básico y primordial, y compartir el proceso de elaboración de lo que comemos (y su resultado final) refuerza nuestros instintos de pertenencia a un grupo, así como los vínculos primarios de carácter cultural y solidario.
La paella es, no sólo para muchos turistas, sino también para muchos estudiantes de español, un icono de nuestra cultura. Quien más, quien menos, la ha probado durante unas vacaciones en España o en un restaurante en el extranjero. Suscita una poderosísima atracción por su colorido y por la mezcla de sabores, imposibles de mezclar en otros platos. En mis cursos de español para adultos, siempre llega, inevitablemente, antes o después, ese momento en el que alguien dice: "por qué no quedamos para ir a comer la paella?". La mayor parte de las veces, esa propuesta se materializa, y, a pesar de que se trata por lo general de en momentos agradables de convivencia de grupo, reconozco que, en el fondo, no puedo evitar sentirme una "guiri" de mi propia cultura.
Cansada de ese sentimiento de enajenación, hace ya algún tiempo que decidí afrontar la cuestión de las paellas de manera auténtica y colaborativa. La actividad que hoy os presento la he llevado a cabo por última vez la semana pasada, en la clausura de un curso de nivel A1, con un número de alumnos reducido, pero se trata de una propuesta muy versátil, que puede materializarse en diferentes momentos de un curso y a diferentes niveles.
En realidad, la actividad hay que dividirla en dos sesiones: una de preparación y otra de realización.
1. Sesión de preparación.
Empiezo por crear un cierto efecto sorpresa en mis alumnos. Sin explicarles exactamente de qué va la cosa, les explico que vamos a ver juntos un vídeo, y que luego lo vamos a comentar en clase. El vídeo en cuestión es el de una paellada para 400 personas, sacado de YouTube, donde no hay mensajes específicos de cómo se prepara una paella. Sólo imágenes reales. Os lo pego aquí.
A continuación les pido que describan con estructuras básicas (estar + gerundio) las acciones del vídeo, qué impresión les ha causado ver una paella tan grande y cómo creen que se sienten las personas que participan en su elaboración y posterior degustación (adjetivos de estados de ánimo, usos de ser/estar...).
Bien. Llegamos al punto en el que les anuncio que también nosotros vamos a cocinar una paella de verdad en clase (no, no estoy de broma, estoy hablando completamente en serio...), pero que antes de eso hay que aprenderse bien la receta, ya que lo que cocinemos nos lo tendremos que comer (os puedo garantizar que en este momento de la actividad el grado de sorpresa y excitación entre los alumnos es mayúsculo...)
Les pido que elaboremos juntos en clase dos mapas conceptuales -existen muchas herramientas gratuitas para ello en internet; yo últimamente he estado usando las de Examtime, que ahora se llama GoConqr-: uno para los ingredientes de la paella (divididos en categorías como verduras y hortalizas, especias, carnes, pescados y mariscos...) y otro para los verbos específicos de la elaboración del plato (lavar, pelar, cortar, echar, añadir...) que tienen que combinar con organizadores temporales del discurso (primero, luego, después, a continuación, por último...) y estructuras básicas de obligación (infinitivos, hay que + infinitivo, tienes / tenemos que + infinitivo...) para montar la receta.
Hacemos una lista de la compra y nos la dividimos (Tú que vas a traer?... Yo traigo el arroz y las verduras...). Para el próximo día, cada uno tiene que traer lo acordado y, muy importante, traerse bien aprendida la receta.
2. Sesión de realización.
Armada de paellero eléctrico (es un artículo de bazar, lo podéis encontrar sin problemas en tiendas de este tipo...), les pido a mis alumnos que vayan aportando los ingredientes y explicándome materialmente y en español cómo tenemos que ir introduciéndolos.
Normalmente les tiendo pequeñas "trampas", en el sentido de que yo ejerzo de pinche inexperta, mientras que son ellos los cocineros reales de la situación. Intento liarles con los ingredientes y el proceso de elaboración para que reaccionen de manera comunicativa (Ah, entonces ahora qué es lo que tenemos que añadir?... Echo el azafrán ahora o después?...).
El resultado final es estupendo. Mis alumnos descubren que no sólo saben cocinar una paella, sino que también sabrían explicar en español cómo se hace. El sentimiento de pertenencia al grupo sale enormemente reforzado y a partir de ese momento son conscientes de que han interiorizado algo importante, algo que podrán poner en práctica cuantas veces quieran, y que les acerca un poco más a la realización de su sueño lingüístico.
El ser humano es un animal de costumbres, para bien y para mal. Lo conocido contribuye a crear en nosotros una zona de autoconvencimiento, seguridad y confort a la que es muy difícil renunciar... Y ahí nos acomodamos. Unas veces por pereza, otras por falta de tiempo, otras incluso por esa especie de sentido de la autosuficiencia que a menudo nos ayuda a sobrevivir.
Pero a veces también nuestra zona de confort se convierte en una jaula de cristal, con todos los límites que nosotros mismos nos hemos autoimpuesto. Nada más y nada menos.
Por suerte, el ser humano también es un animal de instintos. Y cuando el instinto es el que te dice que el aire que respiras está demasiado enrarecido y amenaza con derribar los límites de lo tolerable, hay que hacer un examen de conciencia y pararse a pensar.
En mi día a día como docente en la escuela secundaria italiana estoy acostumbrada a convivir con situaciones desalentadoras en las que, con frecuencia, lo de menos es la didáctica: clases masificadas, ambiente de trabajo hostil y burocratizado, estructuras precarias, aumento vertiginoso y humanamente inabarcable del número de casos de dificultades en el aprendizaje... Una marea, en fin, de circunstancias contrarias y obstaculizadoras para el desempeño del oficio docente que podría poner a dura prueba la paciencia del mismísimo santo Job.
Me doy cuenta de que la pesada máquina de la enseñanza reglada es lenta, muy lenta en comparación con la velocidad a la que se mueven las nuevas generaciones: nativos digitales, usuarios multitarea, no siempre críticos, pero siempre adolescentes y sujetos en pleno proceso de formación.
Hay que cambiar de estrategia. El abismo entre el docente y el alumno puede parecer insalvable, aunque, en realidad, todo podría ser más sencillo de lo que imaginamos: si la realidad de nuestra práctica docente no nos gusta, empecemos por no atrincherarnos en nuestro pedestal, pongámonos en el lugar de nuestros alumnos, intentemos entender sus necesidades y hablar su lenguaje... Ofrezcámosles la oportunidad de tomar las riendas de su propio aprendizaje y de ser evaluados como se merecen, con una evaluación auténtica, que tenga en cuenta sus posibilidades de verificarse en la vida real.
Todo esto, claro está, nos obligará a cuestionarnos nuestros planteamientos didácticos. Quizá al principio nos dé incluso un poco de vértigo ver cómo la aparente serenidad de nuestro mini-universo se tambalea. Pero, tranquilos, remover las aguas es necesario. Es necesario descentrarse para volverse a centrar otra vez, para encontrar de nuevo el eje central de nuestra nueva perspectiva.
No olvidemos nunca que nuestros alumnos aprenderán no tanto de lo que les digamos, sino sobre todo de lo que nos vean hacer. No les subestimemos. Pueden aportarnos mucho y tienen, además, por lo general, un innato sentido de la justicia.
Si nos esforzamos por ser mejores docentes, acabarán reconociendo nuestro empeño... Lograremos trabajar con ellos de manera empática. Pero, lo principal y lo más importante, es que habremos conseguido que nuestros alumnos crezcan en competencia y autonomía.
Este blog es la consecuencia meditada de mi participación en la comunidad de Actualizantes, que tan generosamente creó Teresa de Santos, Directora Académica del Instituto Cervantes de Roma.
Esta comunidad, integrada fundamentalmente por profesores de Español como Lengua Extranjera, de distintas proveniencias, órdenes y grados, tenía y tiene como objetivo común mejorar sus competencias tecnológicas en su ámbito personal y profesional... Aunque, sinceramente, creo que, al final, lo mejor de todo ha sido experimentar el placer de aprender... no por aprender, sino para aprender... para aprender a enseñar y a seguir aprendiendo.
Y ahora, el mensaje en la botella...
Querida Teresa: desde que nos enseñaste a tirarnos a la piscina digital, no hemos parado de retozar en el agua, disfrutando y aprendiendo con nuestros progresos, cada cual con su "yo" y su circunstancia (y me atrevo a decir también que cada loco con su tema...)
Ahora siento que para mí ha llegado el momento de intentar dar un paso más allá... Abandonar la piscina para enfrentarme al mar abierto... Quién sabe cuál será mi suerte por esas latitudes que he de explorar, y si hallaré tesoros, tormentas o -por qué no- tierras de promisión y fortuna...
Me llevo, eso sí, el plural por bandera. No quiero sentirme sola en este viaje... Me gustaría pensar que los que han sido mis compañeros de alegrías, trasnocheos y madrugones, me acompañarán de alguna manera en mi aventura.
A ellos y a ti, una vez más, gracias por todo, un fuerte abrazo y un sincero "ci vediamo qui, non mancate"...