Esos viejos "tics" docentes...
El ser humano es un animal de costumbres, para bien y para mal. Lo conocido contribuye a crear en nosotros una zona de autoconvencimiento, seguridad y confort a la que es muy difícil renunciar... Y ahí nos acomodamos. Unas veces por pereza, otras por falta de tiempo, otras incluso por esa especie de sentido de la autosuficiencia que a menudo nos ayuda a sobrevivir.
Pero a veces también nuestra zona de confort se convierte en una jaula de cristal, con todos los límites que nosotros mismos nos hemos autoimpuesto. Nada más y nada menos.
Por suerte, el ser humano también es un animal de instintos. Y cuando el instinto es el que te dice que el aire que respiras está demasiado enrarecido y amenaza con derribar los límites de lo tolerable, hay que hacer un examen de conciencia y pararse a pensar.
En mi día a día como docente en la escuela secundaria italiana estoy acostumbrada a convivir con situaciones desalentadoras en las que, con frecuencia, lo de menos es la didáctica: clases masificadas, ambiente de trabajo hostil y burocratizado, estructuras precarias, aumento vertiginoso y humanamente inabarcable del número de casos de dificultades en el aprendizaje... Una marea, en fin, de circunstancias contrarias y obstaculizadoras para el desempeño del oficio docente que podría poner a dura prueba la paciencia del mismísimo santo Job.
Me doy cuenta de que la pesada máquina de la enseñanza reglada es lenta, muy lenta en comparación con la velocidad a la que se mueven las nuevas generaciones: nativos digitales, usuarios multitarea, no siempre críticos, pero siempre adolescentes y sujetos en pleno proceso de formación.
Hay que cambiar de estrategia. El abismo entre el docente y el alumno puede parecer insalvable, aunque, en realidad, todo podría ser más sencillo de lo que imaginamos: si la realidad de nuestra práctica docente no nos gusta, empecemos por no atrincherarnos en nuestro pedestal, pongámonos en el lugar de nuestros alumnos, intentemos entender sus necesidades y hablar su lenguaje... Ofrezcámosles la oportunidad de tomar las riendas de su propio aprendizaje y de ser evaluados como se merecen, con una evaluación auténtica, que tenga en cuenta sus posibilidades de verificarse en la vida real.
Todo esto, claro está, nos obligará a cuestionarnos nuestros planteamientos didácticos. Quizá al principio nos dé incluso un poco de vértigo ver cómo la aparente serenidad de nuestro mini-universo se tambalea. Pero, tranquilos, remover las aguas es necesario. Es necesario descentrarse para volverse a centrar otra vez, para encontrar de nuevo el eje central de nuestra nueva perspectiva.
No olvidemos nunca que nuestros alumnos aprenderán no tanto de lo que les digamos, sino sobre todo de lo que nos vean hacer. No les subestimemos. Pueden aportarnos mucho y tienen, además, por lo general, un innato sentido de la justicia.
Si nos esforzamos por ser mejores docentes, acabarán reconociendo nuestro empeño... Lograremos trabajar con ellos de manera empática. Pero, lo principal y lo más importante, es que habremos conseguido que nuestros alumnos crezcan en competencia y autonomía.
Te invito a que le eches un vistazo al tablón relativo a este argumento que he creado con Padlet:
Viejos "tics" docentes versus nuevas TICs
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